martes, 12 de junio de 2007

En espera de una de las grandes tiendas

Leslie Fernández

Nuestra ciudad tiene vasta experiencia en derrumbes y demoliciones. La mayoría de los edificios construidos a comienzos del siglo XX perecieron con los terremotos que afectaron la zona, mientras que aquellos que lograron sobrevivir fueron y serán demolidos porque en su lugar es más rentable una construcción de altura. La posibilidad de rescate no existe, nuestra memoria es frágil.

Uno de los pocos edificios que aún permanece en pie es La Casa de Doña Carmen Urrejola, llamada popularmente Palacio Castellón en consideración a la calle donde se sitúa. Construida en 1917 y declarada Monumento Nacional en 1995, durante los últimos años la planta baja ha sido ocupada por locales de comida rápida; neones, gráficas desechables y grandes ventanales que atentan con el estilo Art Nouveau. El segundo piso ha sido habitado de modo intermitente, talvez por que su construcción nunca fue terminada. Sabemos que se encuentra en trámite el inicio de la transformación del edificio en una gran multitienda, lo que significará demolición y la mantención sólo de su fachada.

Entre fines del 2005 y comienzos del 2006 la gestión de un particular permitió la habilitación temporal del segundo nivel del edificio como centro cultural, una suerte de campamento de arte donde, durante cuatro meses, se realizaron diversos eventos que permitieron el ingreso de quienes sólo habíamos visto el edificio desde afuera. Sin embargo, la autorización traía adjunta su caducidad: sólo podía ser ocupada hasta que comenzaran los trabajos de transformación.

Dentro de las exposiciones pudimos ver instalaciones, fotografías, pinturas, grabados, arte objetual etc., los cuales se apropiaron de varios espacios de la casa; salones, baños, habitaciones y pasillos, dando cuenta de la necesidad de contar con un espacio expositivo al cual poder abordar con libertad. En este sentido, un edificio que se encuentra a punto de ser demolido no requiere de cuidados de infraestructura ni tampoco debe proteger principios ni intereses institucionales.

Sin embargo, el sólo hecho de ocupar un lugar que carga con un fuerte peso histórico sugiere restricciones, considerando además que su existencia iba en cuenta regresiva. Son varias las temáticas que permitían desarrollar obras de contexto, no sólo para hablar de la memoria y de la identidad local, sino además sobre el destino de los patrimonios nacionales, la saturación de las grandes tiendas o nuestra calidad de zona sísmica. Un ejercicio que como artistas visuales pocas veces consideramos, al resolver nuestros trabajos desde el taller y con una perspectiva intimista que habitualmente no considera el lugar donde estarán expuestos. Tal vez tiene que ver con plantear una mirada más política o con buscar hacer más concreta la construcción y el impacto de un discurso.

El Palacio Castellón no era un espacio convencional por lo que, según mi opinión, no correspondía montar trabajos del mismo modo que en una sala de exposiciones. Las características de distribución, amplitud, altura e iluminación de los espacios no permitían llevar cualquier tipo de obra. En este sentido es evidente que muchos de los trabajos fueron elegidos azarosamente sólo con el fin de llenar, impacto por cantidad y diversidad más que por calidad. Resulta apropiado entonces, plantear la posibilidad de realizar una práctica curatorial en el momento de disponer de un espacio expositivo. No basta sólo con querer generar instancias de difusión cultural, se requiere además organización que permita ordenar y potenciar los discursos de las obras. Es una responsabilidad que debe asumir tanto quien expone como quien convoca.

Hay que entrar a picar

En marzo del 2006, dentro de la última de las exposiciones efectuadas en el Palacio Castellón, se realizó la intervención Plantilla 2, Hay que entrar a picar, con la cual Oscar Concha puso en cuestionamiento las políticas públicas y estatales encargadas de velar por el destino de los patrimonios nacionales. El trabajo tuvo carácter de performance ya que picar el muro durante alrededor de tres horas fue, como proceso, fundamental para otorgar un significado simbólico a la obra. Pese a que no hubo convocatoria, se realizó ante la presencia de numerosos espectadores que esa tarde visitaban las diferentes exposiciones montadas.

Sobre el estuco liso de un muro de 4 x 5 metros se fueron extrayendo cuidadosamente las capas de material, de modo similar al de una excavación arqueológica. Surgía la textura del concreto junto con las grietas que evidenciaban el paso del tiempo y también la fortaleza de una estructura que ha permitido soportar los terremotos de 1939 y 1960. Fueron alrededor de cinco centímetros, sacados con martillo y cincel, los que permitieron la aparición y la visibilidad de la plantilla[1] que lentamente fue apropiándose de gran parte del muro, alcanzando un tamaño final de 2 x 3 metros. El escombro suspendido, que luego de nublar la vista cae lentamente, se transforma en un ritual sobre la constante transformación de nuestra ciudad, y tal vez nos permite mantener despierta la idea de que pertenecemos a una zona sísmica y que tendremos que estar a menudo replanteando nuestra identidad.

Pese a que el trabajo fue realizado sutilmente el resultado es violento: desnudar, intervenir, picar el muro son actos que representan la desaparición de los restos arquitectónicos de una época de nuestra ciudad, a la que pronto sólo podremos acceder al revisar algún archivo fotográfico oficial o bien los álbumes de una tradicional familia penquista.

Es inevitable relacionar el proceder de este trabajo con las intervenciones en muros de escuelas rurales básicas de Pirque y San Bernardo, realizadas en 1999 por Alicia Villarreal[2]. Si bien la reflexión de este trabajo giraba en torno al tema de una educación que, para renovarse, necesita romper su estructura contenedora, la acción de Oscar Concha apelaba a la búsqueda y recuperación de una memoria que amenaza con desvanecerse, aprovechando de criticar la facilidad con que edificios patrimoniales entran en el juego del mercado, sin pensar en la posibilidad de un rescate o una reconstrucción.

La intervención fue una de las pocas obras (no la única), realizada en función del contexto y que logró generar tensión. Cabe mencionar la coincidencia formal con el trabajo realizado simultáneamente por Francisco Bruna en el muro de un cuarto del mismo edificio, quien escribió bajo relieve con martillo y cincel, frases en relación al tipo de comercio que colinda con La Casa.

En abril de 2006 el Centro Cultural Palacio Castellón fue desalojado. Muchos de los trabajos que se encontraban expuestos tuvieron que ser desmontados rápidamente ya que la campaña de recuperación iniciada por un grupo considerable de ciudadanos preocupó los intereses de dueños y futuros arrendatarios. Sin embargo el trabajo de incisión realizado con la plantilla 2, no era desmontable, permanecerá hasta cuando en la fachada de La Casa comencemos a ver los habituales anuncios de liquidación de vestuario o cambio de temporada.

Comienza julio, desde la calle vemos como las habitaciones y salones que recorren las esquinas de Barros Arana y Castellón han vuelto a estar abandonadas.



[1] Las Plantillas (1, 2, 3…) consisten en formas gráficas de alto contraste originadas de la síntesis de artículos sanitarios, aunque no representan fielmente estos objetos. Algunas han sido utilizadas en intervenciones en el espacio público, otras han formado parte del repertorio de imágenes exhibidas en salas de exposiciones.


[2] La escuela imaginaria, Alicia Villarreal, Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago de Chile,

2002.

1 comentario:

Una viajera dijo...

super buen articulo del palacio, yo empeze mi blog con el mismo tema, mi idea es hacer(lo que pretendo) un poco de critica social con respecto a los patrimonios y su historia.. excelente articulo