domingo, 6 de diciembre de 2009

Textos de Batalla

Justo Pastor Mellado

Alrededor del 20 de abril salió de la imprenta Textos de Batalla e hizo su ingreso al circuito editorial conducido por Metales Pesados. No es indiferente, en Chile, hacer caso omiso del referente editorial. Lo real es que el libro inserta la arquitectónica de su editorialidad, en una escena polémica determinada. ¿Cuál sería esa polémica? Intento delimitar su alcance y su mecánica de funcionamiento a partir de un deseo constructivo que he designado como plan de desarrollo de escenas locales de arte contemporáneo. En el entendido que el énfasis ha sido puesto en la necesidad de plan y en el deseo de inscripción de una intensidad simbólica local determinada. El arte contemporáneo resulta ser simplemente un re-encuadre de la producción de imaginarios locales, marcados por la usura de las instituciones de enseñanza y de extensión universitaria. Así las cosas, la escena chilena se consolida como aquello que ya en 1941 describió Siqueiros, en un texto muy poco leído, al que ya me he referido con anterioridad, como un arte de profesores. De modo que el primer objeto a demoler en términos analíticos resulta ser este arte de profesores, y de paso, poner en duda la legitimidad de existencia de las instituciones de reproducción de un saber del arte que ya nada tiene que ver con su desarrollo, sino con la representación del ejercicio académico como plataforma sustituta de un mercado sectorial en el gran mercado de la educación superior.

Imaginar una bienal o una trienal en Chile, supone conducir la producción institucional que su montaje significa, hacia este debate, con el propósito muy claro de intervenir en la recomposición de coordenadas de la escena y desplazar el eje del arte de profesor hacia el eje del arte relacional, en su definición más simple. Es decir, más allá de lo que Bourriaud mismo pudo imaginar al producir las condiciones de un nuevo arte político decorativo. ¿De qué se trata, entonces? De recomponer vínculos micro-sociales entre los cuáles se encuentran reguladas las relaciones propias e impropias entre artistas. En el sentido que los artistas entendidos como comunidad padecen de las características que definen a las poblaciones vulnerables y exhiben una indigencia montada para servir como obra alternativa destinada a acelerar sus condiciones de carrera. Sugiero la pertinencia de distinguir entre inscripción y carrera. De modo que el debate sobre la delimitación de las funciones reparatorias del arte en escenas precarizadas debe superar las demandas gremiales, para instalarse en las fronteras del deseo político de recomposición comunitaria. Lo cual define qué se puede esperar de una bienal o de una trienal en un país como Chile, que padece de una des-inscripción endémica, en lo que a arte contemporáneo se refiere, tanto hacia adentro como hacia fuera.

En Textos de Batalla, el primero de ellos fue escrito para poner de relieve el deseo de una bienalidad que no reprodujera las condiciones de la crisis del modelo que la sustentaba, sino que abriera perspectivas nuevas de intervención de esa zona ambigua que se expande entre el campo artístico y el campo social. Fue escrito y subido a la red el 27 de marzo del 2006 y se refería a los efectos de un coloquio organizado para “dar sentido” a un fracaso expositivo. Jamás, en mi vida, había montado tan mal una exposición. De lo cual, obviamente, había que sacar concusiones sobre cómo no hacer las cosas, sabiendo de antemano que las cosas no se hacen de un determinado modo. Pero que por una incorrecta evaluación de las posibilidades de acomodo de espacios satisfactorios para acoger un montaje pensado inicialmente para otra situación, se termina sacrificando la perspectiva formal invertida en el diseño y concepción original del proyecto.

Una de las ventajas de mi trabajo es que no me defino como un organizador de exposiciones y que los logros en un terreno compensan las burradas que se comete en otros lados. Es así como La letra y el cuerpo, re-posición del envío chileno a la 5ª Bienal del MERCOSUR, fue un fiasco de montaje. Lo cual no pone en duda la pertinencia del envío, concebido para ser montado en octubre del 2005 en Porto Alegre, sino que demostró que una re-posición suele tener resultados dudosos si no se reproduce en un mínimo de rango las condiciones originales de montaje. No fue el caso. No hay en Chile experiencia en montajes específicos para obras complejas de arte contemporáneo. Suele haber exposiciones patrimoniales con muy buena construcción de vitrinas, donde los arquitectos terminan “teniendo ideas” de cómo hacer montajes autorales.

Sin embargo, esta exposición fallida que tuvo lugar en el CCPLM, me proporcionó la ocasión para montar dos iniciativas: la primera, fue la edición de un catálogo cuya escritura fue programáticamente concebida, y la segunda, consistió en el montaje de un coloquio. Pero aún así, el efecto compositivo que buscaba no fue percibido por los propios agentes del sistema artístico. Aún hoy día pienso que los propósitos planteados en el catálogo La letra y el cuerpo siguen vigentes. En ello se asienta mi decepción acerca del actual estado de la escena.

Ahora bien: lo realmente significativo fue el montaje del coloquio, que fue planteado con un doble objetivo. Primero, el de afirmar una política de archivo para el arte chileno; segundo, el de instalar la pregunta sobre la necesidad de una bienal para Chile. Ambos objetivos fueron alcanzados. Esto es lo que resume el primer texto del libro, que fue subido a la red el 27 de marzo del 2006.

El último texto que confirma y cierra la selección del libro fue subido a la red el 27 de enero del 2009. De modo que éste se monta editorialmente entre dos límites temporales que señalan, a su vez, la intensidad de los ejes problemáticos; a saber, el primero, sobre las condiciones para una bienalidad chilena, y el segundo, sobre la colusión entre jefatura y gabinete, conducente a producir el naufragio conciente de la trienal que se había logrado montar como proyecto de intervención de lo público.

El título Jefatura y gabinete cierra una secuencia ofensiva iniciada en noviembre del 2008, en el momento en que asisto a un coloquio en México donde se pronuncia el nombre de Insulza, ex ministro del interior y actual secretario general de la OEA, para ejemplificar casos acerca de lo que se puede esperar de la clase política y del Estado respecto de reparaciones políticas. Desde allí, los nombres de personeros de la ficción política ingresan en la narratividad de una anomalía literaria certera. Jefatura, en tanto palabra, remite a la trama tribal que sostiene la distribución reproductiva de los roles subordinados. Pienso, al respecto, en el valor diagramático de la jefería guayaqui en los ensayos de Pierre Clastres sobre la desgracia del guerrero salvaje.

¡Pero no! Esta jefería que me hace trabajar corresponde tan solo a la tribalidad de funcionarios intercambiables sobre una trama de maltrato permanente. En cambio, la palabra Gabinete enciende las más sombrías ensoñaciones, en quienes solo poseen virtudes ventrílocuas, que manifiestan el valor adquirido por la función de pliegue.

Desde allí desarrollé una hipótesis acerca de las condiciones del secretario político cuyas facultades solo le permiten llegar a ser mayordomo de Palacio. Trasladando la escena desde Palacio a Cultura, con el respeto de todas las proporciones, este mayordomo realizaba tareas propias de un jefe de gabinete, disponiendo de un número de recaderos de diversa dimensión y peso político, llegando a construir en torno suyo una “corte-kuma” operando como entorno defensivo de una autoridad superior cuya garantía siempre le vino desde fuera del propio gobierno. Lo cual me ponía indirectamente en la mira de los poderes fácticos que operaban como soporte de la pre-candidatura del propio Insulza, cuya condición de conserje le impidió superar el deseo de ser Príncipe. Es decir, que la pre-candidatura remitía a ser el síntoma desfalleciente de un modelo de comportamiento político que estaba en el origen de la corrupción blanda que sostiene a la gobernabilidad de la Concertación, como proyecto literario.

En este campo, Insulza ni siquiera se constituye en personaje, sino que adquiere el carácter de soporte nominal de una función orgánica que consiste en continuar en el gobierno, pero por otros medios. De ahí que existan ministros que solo proporcionan el formato para las agendas de otros que, desde fuera, producen la legitimidad interna. Siendo éste el terreno en que se articulan dos disciplinas universitarias que han experimentado un aumento de densidad en su estructura: la teoría literaria y las ciencias de la administración pública.

Entre el primero y el último texto del libro transcurrieron 34 meses. Tiempo suficiente para que la jefatura de gabinete pudiera montar su programa de desnaturalización del diagrama inicial de un proyecto destinado a realizar las tareas que ninguna repartición del Estado podía asumir: fortalecimiento de las escenas locales, promoción de la formación de archivos y recuperación de experiencias limítrofes entre prácticas de arte y prácticas sociales. Así planteadas las cosas, la arquitectónica del libro se concibe como una respuesta política destinada a intervenir en un debate sobre la preservación de las autonomías ciudadanas, contra la corrupción analítica implícita sobre la que se sostiene la episteme ministerial.

En esta coyuntura, para describir y abordar el análisis pormenorizado de momentos pregnantes en el seno de la escena plástica chilena, he recurrido a la frase de Umberto Eco que encontré en su introducción a la edición francesa de La guerre du faux: “Los periódicos son hoy día el diario íntimo del intelectual y le permiten escribir cartas privadas muy públicas”.

Ya habrá que saber quien es el destinatario específico de estas cartas, escritas para ser leídas en el envés de la soledad maquiaveliana que he mencionado en algunas entrevistas, refiriéndome a una plataforma metodológica que compromete el lugar desde donde la teoría menor que sostengo se enuncia, para proyectar una mirada hacia el exterior de si misma, como si fuese algo cuya conciencia no fuera suya, hacia el lugar donde la teoría se pone a prueba.

En Althusser, el infinito adiós, Emilio de Ipola hace una precisión que es de mi total conveniencia, sobre todo porque se conecta con el prefacio que Fernando Castro Flórez escribe para Textos de Batalla bajo el titulo la continuación de la política por otros medios. ¿Cuál es ese exterior donde la teoría se pone a prueba? “Ese exterior –confirma de Ipola- no es otro que la política efectiva, la praxis política obrando sobre la coyuntura, sobre su referente en el aquí y ahora”. Es en este contexto que la escritura adquiere la forma de un discurso político preformativo, como lo señala el propio Maquiavelo en la mitad del capítulo quince de El Principe cuando plantea el problema de la verita effetuale de la cosa por sobre la imaginación que los hombres suelen hacerse acerca de la naturaleza de las instituciones y del rol que éstas los hacen jugar. Respecto de esta situación, no es la imaginación en si misma la que ha sido puesta en duda, sino el propio estatuto del saber acerca de los deseos de un pueblo. Para elaborar su estrategia argumentativa, el recurso a los Antiguos es de rigor. Cada cual sacará a relucir los Romanos de su conveniencia. Es lo que plantea Marx, luego, en los primeros párrafos de El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. ¿Por qué, para realizar la misión de su tiempo, las clases ascendentes requieren vestirse con el ropaje de épocas anteriores?

Escribir sometiéndose a la prueba de lo político es poner en relación la literatura y la filosofía política, justamente, para poner en situación de excepción el estatuto de la ficción. Pero menciono dos adjetivos que adquieren relevancia crucial: literatura menor y filosofía segunda. Los aíslo como lo menor y lo secundario en la determinación de lo nominable como escena de fuerzas, donde cada fuerza debe ser descrita en su ensoñaciones; es decir, en el poder de su imaginación, por sobre las consideraciones analíticas destinadas a proseguir con el mandato interpretativo de la verita effetuale.

En todas las entrevistas que me han hecho acerca de la aparición de Textos de batalla, declaro que la crítica de arte es la continuación de la filosofía política por otros medios. Es decir, de la vigencia de mi particular teoría menor. Ya lo he mencionado en otras ocasiones: la teoría menor proviene de un chiste de Lyotard, en el que señala su aprecio por la filosofía griega de Asia Menor. Es así como se escribe, siempre, desde un cierto exilio. Siempre nos situamos en el asia menor de nuestro pensamiento, porque no tenemos lugar en la atenas del pensamiento de los otros. Los términos son intercambiables: literatura segunda y filosofía menor. Esa es la que encontramos en las páginas de los periódicos diurnos o que escuchamos en los telediarios nocturnos. Basura enunciativa sobre la que se debe correr el riesgo de encontrar las causalidades estructurales operantes de la contingencia radical de cada coyuntura. La invención del pensamiento se encarama sobre la movilidad de una escritura sometida a la prueba de su consistencia. Y si hablo de contingencia, es para señalar que la mayoría de los textos escogidos para conformar este libro fueron inicialmente publicados en la sección Escritos de Contingencia, en www.justopastormellado.cl ; es decir, esa “contingencia constitutiva (que) ablanda y da plasticidad al tiempo histórico” (De Ipola).

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