domingo, 25 de mayo de 2008

Compartiendo capital: artes visuales, modelo open source

por Lorena Betta.


Compartiendo Capital es el emergente de formas innovadoras de producción estética. Su propuesta está centrada más en construir modos experimentales de sociabilidad, de interacción social, que en responder a lógicas organizativas institucionales. El proyecto podría ser entendido como una expresión de lo que Reinaldo Laddaga en su libro Estética de la Emergencia llama "ecologías culturales", esto es, experiencias estéticas que funcionan como caldos de cultivo, como programas de acción, mucho más que en la producción de obras en el sentido tradicional.

Laddaga -que casualmente nació en Rosario, en la misma ciudad donde se engendró Compartiendo Capital- sostiene que las artes están transitando un proceso de cambio comparable, en su extensión y profundidad, al de fines del siglo XIX, en el que alcanzaban su consolidación social.[1]

El Proyecto Venus, uno de los ejemplos analizados en el libro de Laddaga, creado por el artista plástico Roberto Jacoby en el año 2000, funciona como precedente y bisagra en la reorientación de las artes que atraviesa nuestro tiempo. En él existen elementos que se relacionan con la lógica organizativa del colectivo de artistas rosarinos. Ambos plantean la construcción de un sistema de intercambio donde una comunidad de individuos vinculados a la producción cultural, comparten habilidades y, en ambos casos, también, las tecnologías funcionan como 'tecnologías de la amistad' -éste es el nombre que elige Jacoby para sintetizar el objetivo de Venus-. Los usos tecnológicos como el arte de articular y conectar gente, de tejer redes.

En ese sentido, la conceptualización de la tecnología que subyace en Compartiendo Capital es crucial para poder entender también el objetivo de su propuesta artística: las tecnologías digitales son decisivas para rediseñar las prácticas y la trama ideológica que en ellas se inscriben. Rediseñarlas es resignificarlas.

Jacoby explica muy bien en la plataforma de Venus[2], la relación que el proyecto tiene con la tecnología y cómo la conceptualiza. Tiene que ver con un acercamiento práctico, "tomar lo que está disponible y usarlo de la mejor manera". Esta idea es clave para pensar la propuesta de Compartiendo Capital. No es un proyecto que trabaje con tecnología de última generación o, al menos, no necesariamente, sino con la tecnología que está a mano, y pensada de otra manera: al servicio de un trabajo distribuido de producción artística y transferencia de habilidades.

La filosofía del open source ligada al software, y los valores de la libertad, del trabajo colaborativo y la organización en red son los articuladores nodales de este proyecto cultural. La Ética del Hacker de Pekka Himanen[3] sobrevuela cada experiencia y tiñe implícitamente cada intercambio producido en la plataforma. Su objetivo -tal como lo explican en el programa- es trasladar el open source a las artes visuales. El desafío está en hacer funcionar los valores éticos que dinamizan las comunidades vinculadas a la programación, en otros entornos como es el de las artes.

De este modo, Compartiendo Capital avanza hacia búsquedas inexploradas hasta el momento en la Argentina como es el arte de código abierto, pero tampoco pensándolo como un resultado sino, sobre todo, como una política experimental a escala y geolocalizada en la sociedad de la información.

Quizá no resulte conducente pensar la propuesta de este colectivo como una batalla contra la institución-arte, contra los modos tradicionales de producción artística, ni tampoco contra el copyright sobre las obras, reacciones que podrían encontrarse fácilmente en los programas de los movimientos de vanguardias de las décadas 60 y 70. En todo caso, Compartiendo Capital es un ejemplo de cómo se puede crear consenso desde otro lugar, a través de circuitos más abiertos y democráticos de producción cultural.

Otro de las cuestiones centrales, es que las comunidades artísticas que convergen en esa red ponen especial acento en compartir know how más que en socializar resultados y productos finales. Si tenemos en cuenta que la brecha digital se mide siempre en términos de capacidades para producir y compartir información, lo disruptivo en este caso, pasa por construir espacios de producción artística donde el motor esté puesto en la transferencia de habilidades, en el cómo hacer las cosas más que las cosas en sí mismas. Además, al intercambiar procesos, abre la posibilidad de que dichas comunidades sienten las bases de otros escenarios que propicien sujetos de nuevas prácticas. Con lo cual, estamos ante una red de autogestión que puede replicarse, reproducirse una y otra vez, pues su programa funciona más como un disparador de acciones que como un gran repositorio de información.

En ese sentido, en su plataforma digital se encuentra un catálogo de proyectos y acciones, de habilidades y de prácticas, donde lo importante no es una bebida, una cámara fotográfica, una foto, ni siquiera un stencil, sino en cómo preparar una bebida, cómo construir una cámara, cómo producir el acto fotográfico y hasta cómo crear un stencil.

Compartiendo Capital es también un software cultural [4] o una “killer app”, en el cambio de paradigma que propuso Howard Rheingold en su libro Multitudes Inteligentes, publicado en el año 2004. Según él, los verdaderos cambios de las ‘killer apps’ no vendrían en el futuro de la mano de dispositivos de hardware ni programas de software, sino de las prácticas sociales.[5] En este caso, estamos ante comunidades experimentales que ensayan modos distintos de interacción social, de cooperación e intercambio desde el campo de las artes visuales, produciendo un zimbronazo en los modos convencionales de producción artística.

Otro modelo de sociedad de la información

Como todo proyecto cultural, como toda organización artística, Compartiendo el Capital es también es un experimento político. Su articulación con la llamada sociedad de la información es inevitable y, aunque explícitamente no se refieran al tema, están rediseñando con sus acciones el contexto de discusiones y sentidos sobre la nueva era. Por supuesto a una escala marginal respecto de los grandes relatos que enarbolan los organismos oficiales internaciones ligados a las telecomunicaciones.

Las discusiones globales en torno a la brecha digital están centradas fuertemente en estadísticas de acceso a conectividad y tecnologías. Con ese reduccionismo numérico se mide cuántas personas están dentro y cuántas fuera de la sociedad de la información. Pero es sabido que en los nuevos escenarios no se trata sólo de una cuestión de números sino de las necesidades de cada contexto cultural.

Armand Mattelart en su libro Historia de la sociedad de la información, desmantela el concepto "sociedad global de información" como un discurso ideológico inspirado en el "culto al número”, y cuyas estadísticas dejan afuera los debates e intereses ciudadanos. Para el sociólogo belga, esta conceptualización es el resultado de una construcción geopolítica que se ha naturalizado, y olvidado con la expansión ininterrumpida de las innovaciones técnicas.[6]

Compartiendo Capital renueva la discusión en torno a la brecha digital poniendo sobre la mesa otro tipo de prioridades, dejando implícitamente sentado que el acceso pleno a tecnologías digitales no reducen las brechas sustanciales de la sociedad de la información. Se asumen como artesanos de la información y productores de sentido, y no únicamente como meros usuarios de herramientas. Las tecnologías importan en tanto modifican la relación con el trabajo y con los otros. Es un entorno donde compartir conocimientos, ideas, saberes prácticos, valores de uso vale más que cualquiera de los resultados que se consigan. Lo que está en juego es la creatividad en cómo compartir y en la transferencia de habilidades para producir. No en el acceso.

Hasta ahora, los procesos tecnológicos han espantado a la mayor parte de la crítica cultural del capitalismo, estimulando el "capital paranoico" progresista. Como bien sintetiza Rafael Cippolini en su último libro Contagiosa Paranoia, "no existe capital tecnológico sin capital ideológico".[7] En esta perspectiva, lo innovador de Compartiendo Capital radica en que su crítica -no tanto verbal ni discursiva, como sí fuertemente empírica- no embiste contra el capital ideológico dado, sino que lo resignifica rediseñando el capital tecnológico que construye en su proyecto.

Scott Lash, autor de Crítica de la información -un libro clave para pensar nuestro tiempo, las formas tecnológicas de vida y los modos emergentes de organización social- se niega a conceptualizar esta época como "posmodernidad" o "sociedad de la información". Prefiere pensar en términos de informacionalización, donde todo tiende a digitalizarse y donde ya no es posible ver/pensar/criticar por fuera de ese contexto dinámico. Para el sociólogo y profesor del Goldsmiths College de la Universidad de Londres, la crítica es inmanente a la información y lo trascendental es lo empírico. El poder no se encuentra ya en los medios de producción sino en los flujos de información que circulan en la red. Es por ello que la lucha por la propiedad intelectual es la principal batalla de estos tiempos donde el poder no tiene forma de explotación, sino de exclusión.[8]

Compartiendo Capital es una expresión empírica de la crítica de la información. Su flujo de transferencia de habilidades y sentidos reorganiza el capital tecnológico de su contexto y lo pone al servicio de la comunidad en torno al proyecto.

Hasta ahora, las herramientas Web 2.0 fueron una compuerta evolutiva para compartir información y Compartiendo el Capital se sirvió de estas aplicaciones. Pero ese proceso se está reorientando hacia escenarios de post producción y remixado de relatos, sentidos y usos de la información.

En el corto plazo, quizá, la complejidad propia del trabajo coproducido, pondrá de nuevo sobre la mesa discusiones en torno a las licencias, los derechos de autor y la propiedad intelectual, temas claves en este tipo de experiencias. Hasta ahora, adherir a una licencia copyleft era un paso importante para definir formas diferenciadoras de aquellas que defendían la propiedad privada de las producciones culturales. Sin embargo, la reorientación de escenarios también demandará nuevas formas regulativas, incluso sobre las licencias copyleft, puues en cada una de ellas también se hallan formas implícitas de entender la producción artística y la relación del artista con la obra.

Compartiendo Capital es una expressión de las formas culturales emergentes de principios de siglo en esta parte del globo. Tanto los conceptos introducidos como la forma de sociabilidad ensayada, han demostrado que no necesitan pensarse como una comunidad productiva a una escala masiva para justificarse. Y si bien, todo el trayecto recorrido ha requerido muchísimo esfuerzo intelectual y operativo por parte de sus hacedores, lo mas dificil quizá sea proyectar formas de evolución de un proyecto como éste, cuyo principal característica sea la de negarse a ser conservador. De compartir capital a coproducir capital, es un puente que ya se está cruzando, pero a la cultura del bricolage y el remixado permanente que subyace en la nueva sociedad red es muy dificil escapar. Nuevas formas tecnológicas, politicas, ideológicas y una desinvención de la producción artistiica y de la concepción de la propiedad intellectual comienzan a latir tímidamente en el horizonte que estos jóvenes rosarinos han trazado por mayor o menor conciencia, pero que en definitiva fue un acto de libertad.



[1] Laddaga, Reinaldo. Estética de la emergencia. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, 2006.

[2] Su sitio web es http://proyectov.org

[3] Pekka Himanen. La ética del hacker y el espíritu de la era de la información. Destino. Barcelona, 2002.

[4] Para ampliar más sobre esta idea véase el análisis de Lev Manovich sobre la ‘base de datos’ como forma cultural emergente en El lenguaje de los nuevos medios de comunicación de Editorial Paidós.

[5] Rheingold, Howard. Multitudes inteligentes. La próxima revolución social. Editorial Gedisa. Barcelona, 2004.

[6] Mattelart, Armand. Historia de la sociedad de la información. Editorial Paidós. Buenos Aires, 2002.

[7] Cippolini, Rafael. Contagiosa paranoia. Editorial Interzona. Buenos Aires, 2007.

[8] Lash, Scott. Crítica a la información. Editorial Amorrortu. Buenos Aires, 2005.

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