martes, 12 de junio de 2007

Insistir en el Cuerpo y sus errores. Intentos de una genealogía del Proyecto DEFORMES

Samuel Ibarra


No hay nada más simple y humano que desear ¿Por qué entonces precisamente nuestros deseos nos resultan inconfesables? ¿Por qué nos es tan difícil volcarlos en palabras? Tan difícil que terminamos por tenerlos escondidos; construimos para ellos en alguna parte de nosotros una cripta.

Giorgio Agamben.

El proyecto Deformes debe su origen a un accidente, un traspié ejecutivo que definió radicalmente el enfoque metodológico frente a un campo al cual operar. Fue en el año 2000 cuando la bifurcación de dos grupos de trabajo que por aquel entonces organizaba un encuentro de Performance y Arte acción, tornaron incompatibles sus miradas respecto a cómo insertar el cuerpo y sus problemas en el desintensificado panorama posdictatorial, agudizado particularmente en el gobierno de Frei Ruiz-Tagle.

¿Cómo hacer retornar el cuerpo a esa ecualizada escena? ¿Qué plataforma construir para hacer emerger y visibilizar una entidad que por todos los medios había querido ser restada de todo protagonismo?

Las tecnologías del lenguaje y las maquinarias de ciframiento que acompañaron el retorno de la democracia al país obligaron a pensar en un proceso sociopolítico donde el cuerpo era el gran faltante.

Las pulsiones y sobresaltos del pueblo ingresaron ahora codificadas en fórmulas como consenso, democracia de los acuerdos, humanizar el mercado o La Gente, masa informe e indiferenciada, en clave consumista y tono desesperanzado, y se inaugura así la escenografía institucional para un ciudadano Post.

La nueva Democracia impuso pactos de sujeción, silencios inconfesables, borradura y ocultamientos .El rediseño de la institucionalidad autoritaria fue el marco preciso para desatar la lengua de lo políticamente correcto en un diagrama que lo que menos necesitaba era de cuerpos. Ahora el ágora está en el mercado, el intercambio simbólico circula bajo el juego trasnacional de la oferta y la demanda, la política se traslada a la televisión. Las ingenierías del poder establecieron sus nomenclaturas, sus edificaciones eufemizantes. Gobernabilidad se le llamó al decreto que exigió el reencuentro de chilenos descentrando todo objeto que no piense en la ausencia y la catástrofe solamente como estado remoto de la historia. No era hora para heridas desactualizadas ni traumas fuera de programa, el itinerario del proyecto modernizador redujo a residuo la biografía colectiva de la tragedia y el testigo a la categoría de fantasma sin voz.

Las condiciones parecían infranqueables, la conjura estaba consumada, sin embargo y contra todo pronóstico el Real retornaba por el lado más impresentable.

Lenta y progresivamente la aparición de cuerpos de Detenidos Desaparecidos en centenares de fosas remeció las bases de la estrategia concertacionista que había obligado a descuidar aquella constatación tremenda, faltaban chilenos, miles y miles de chilenos. El filósofo Sergio Rojas señala ese punto como un hito decisivo en la materialización efectiva de la transición, el Cuerpo rompe el pacto, su aparición triza el silencio. La transición parecía en aprietos, cuestionada, ¿transición hacia dónde si los delitos no están expuestos?

En ese contexto el proyecto Deformes aparece en escena retomando una pregunta formulada por Lèvinas: ¿Qué significa tener cuerpo? Eminentemente la pregunta tiene un momento filosófico donde se expresa la ruptura metafísica con la tradición que sustentaba a la razón como ethos europeo. Dicho quiebre evidenciado por la “filosofía del Hitlerismo” fracturó irremediablemente ese “sentimiento elemental” de la eterna extrañeza del cuerpo respecto a nosotros, pilares y argumentos incluso para el liberalismo moderno.

Aquella ruptura que conlleva la elucidación de la pregunta de Lèvinas desemboca obligatoriamente en constatar que la experiencia de tener cuerpo consiste en una relación de extrañeza respecto del cuerpo mismo, autonomizado ahora de la dualidad espíritu/materia.

Las conexiones a esta dificultad es posible hacerlas a partir de una hipotética vinculación que podría tejerse entre el contexto donde el filósofo abre esta pregunta y las recepciones que desde una teoría de la biopolítica el colectivo Deformes reactualiza. En su reflexión sobre el entramado discursivo técnico/médico y jurídico con el que el cuerpo se vuelve lugar para ensayar y plasmar prácticas de saber y poder.

Las actuales sociedades de control y disciplinamiento experimentan la sofisticación de sus dispositivos superando en efectividad, por ejemplo, a las que con la microfísica del poder se ejercían en el tejido molecular del cuerpo de la sociedad. La anatomopolítica se levanta como un nuevo dominio capaz de actuar, por ejemplo, sobre la noción que Foucault dio tradicionalmente de alma, es decir, el hombre en tanto que “interioridad” como objeto de saber. ”Ahí donde el cuerpo está directamente inmerso en el campo político, el alma es un pliegue del afuera”, en el que ya no es posible discernir entre interior y exterior del poder. La vida estaría ahora enteramente expuesta a las prácticas de saber/ poder que la modulan.

Retomando la pertinencia de la pregunta inicial, la experiencia de posesión de un cuerpo pasaría por constatar esa propiedad por encima de una dualidad, tener un cuerpo significaría abordar una reflexión en donde ya no es posible plantear epistemologías que resguarden un adentro o acusen un afuera, ni siquiera delimitar dónde comienzan las marcas y huellas del poder, sino abordar la búsqueda de estrategias que infiltren desde adentro las tecnologías de disciplinamiento, intersticiando y reificando un cuerpo que no se quiere original ni se piensa infinito ni trascendente, sino mutado y con peso específico, biológicamente en una praxis transversal que reinventa gestos y palabras, no se piensa únicamente acosado sino es también en sí mismo gestor y administrador de esa persecución, él mismo o sobre su sangre que avanza y retrocede circulando y detenido a la vez. Un cuerpo que más que preguntarse quién es y dónde está, señala a quienes lo hablan, interpela a quienes lo leen, deseando indiscriminadamente .

La escena transicional es un marco de lectura posible para sostener la pregunta de Lèvinas. ¿Cómo abordar ¿Qué es tener Cuerpo? en la posdictadura Chilena? Nuestra apuesta no busca resolver ese problema. Lo enunciamos en el deseo de retornar a la clásica pregunta por el cuerpo a la Performance chilena de esos últimos 20 años. O mejor dicho, cómo hace retornar el cuerpo la Performance chilena en ése escenario, desde qué pregunta, más específicamente.

El colectivo Deformes ha insistido en reponer el cuerpo a la representación social y cultural del país desde un deseo crítico y un objeto problemático. En sus curatorías ha dado cabida a obras que entienden la corporalidad como eje de conocimiento, que en su práctica colectiva e interrelacional puedan construir nuevas invenciones territoriales y a su vez otras cartografías. Se tensiona a los cuerpos reconocidos y acomodados proponiendo una destotalización que dinamice su concepto de identidad, activando el desalojo de escencialismos, en post de cuerpos plurales, heterogéneos en imaginarios y que en su calidad de Textos, significan.

La insistencia en la recuperación del cuerpo, de los cuerpos a los que Deformes adhiere, es uno posible en su indocilidad, vigilante y polimorfo, lejos de la organización industrial que coacciona bajo las líneas desorganizantes de los signos y deseos. Este cuerpo al que se apela desmiente la pretendida unidad biopolítica, productivizando su error o su falla, construyendo lugar desde su subjetividad.

El colectivo Deformes es un espacio para el estudio, análisis y archivo de la Performance y arte acción en Chile, cuenta con 10 años de trabajo y prepara para noviembre de este año la Primera Bienal de Performances que reunirá a 60 artistas exponentes del mundo en Santiago de Chile.


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